Todos maricas, enfermos y condenados
Por Eduardo Capdevila (*)
Al básico se le habla simple. Corto al pié y revoleándola afuera si se complica. Como no esconde la pelota sino los codos para golpear, no hay metáfora ni lirismo, sólo brutalidad en cada movimiento. En el fútbol como en la vida.
Nicolás Marquez, el escritor biógrafo del presidente Javier Milei, es un intelectual biologicista. De ahí que objeta las orientaciones de género o elecciones sexuales contrarias a la condición natural. Pero hay algo en su interior, que le pide más. Y decidió vestirse de guerrero inquisidor de la causa, tratando a homosexuales, lesbianas, bisexuales y trans de “desviados” y “enfermos” condenados a “ser infelices” y “morirse veinte antes que el resto”.
El analista cita datos tan irrefutables como incomprobables para argumentar sus dichos. Y está bien. Quedaría mal decir “todo lo malo les pasa por putos”. Aunque tal vez no tanto siendo el biógrafo de un presidente que quedó enredado en una polémica por burlarse de personas con síndrome de down para hostigar a un gobernador díscolo; o fue removido como docente universitario por ejercer violencia contra alumnos..
El biologicismo es irrefutable porque descansa sobre la anatomía y la genética. Pero cuando se extrapola la descripción natural de un cuerpo a la comprensión de la dimensión social del ser y su disfrute o padecimiento de la vida es cuando se derrapa. Va una comparación brutal. Si a un perro se lo golpea todos los días su vida será horrible y vivirá menos; si se lo ama, todo lo contrario. Y biológicamente los dos son perros.
Sin entrar en consideraciones de que hay perros bisexuales o con instintos presumiblemente “desviados”, siguiendo palabras del biógrafo presidencial, la cuestión de fondo de la brutal comparación es que los padecimientos o disfrutes de la vida son relativos a las relaciones del entorno de todo ser vivo y no a su condición biológica. En este hilo brutal, cualquiera se da cuenta de que no hay que cambiar al primer perro para atenuar sus trastornos ante la vida; sino cambiar el entorno instituyente de sus percepciones.
La comparación es brutal. ¿Y por qué mencionarla? Porque también es brutal relacionar el disfrute de la vida o su padecimiento o hasta la proximidad de la muerte con una condición sexual o identidad de género.
La felicidad, el goce, los sufrimientos y tristezas de las personas a lo largo la vida se construyen en la relación con otros. Son seres en sociedad y circunstancias particulares. Aunque inquisidores del siglo XXI arropados en escudos de intelectualidad los definan como cuerpos con ADN y anatomía particular que intercambian fluidos para procrear la especie de forma natural.
Por reprochable que sea tildar de “infelices”, “desviados” y “condenados a una muerte anticipada” a quienes osan amar personas del mismo sexo o desconocer la propia genitalidad, los argumentos están y hay que aceptarlos. Sin hostigar al intelectual amigo del presidente. En todo caso habrá que refutarlos.
Para encarar la misión, no hay que buscar números y porcentajes que respalden la relación entre la identidad sexual y la felicidad, las tristezas o la proximidad con la muerte. En cualquier bando es una pavada. Sólo hay que recordar los ojos que nos aman, las manos que nos acarician, los hombros que nos dan descanso, las manos que nos levantan o nos dicen Adiós. A ninguno le vemos el sexo, el género o una libido latente. En todos vemos personas que nos alegran, nos contienen o nos despiden con expectativa para seguir adelante. Somos personas en relación; y esas relaciones nos hacen seres felices de goce o sufrientes con ansias de huir hasta de la vida misma.
Las palabras de Márquez, de quien no se puede objetar la intelectualidad pese a su sesgo ultracatólico, generaron revuelo por hirientes. Pero no están tan erradas en una parte del diagnóstico. No hace tanto tiempo que terminaban presos los homosexuales que se insinuaban a alguien en la calle; y hasta modificarse el Código Civil en 2015 las travestis iban a la cárcel si no era carnaval (la fecha amparaba “disfrazarse” como “mascaritas”); y ni qué hablar de las “tortilleras” cosechando históricos hostigamientos. Quien crea que todo es algo aislado y viejo, sólo recuerde que días atrás una mujer fue quemada viva en un hotel de Barracas por estar durmiendo con su novia.
Y en lo que respecta a la argumentación, el razonamiento del biógrafo presidencial no es muy elaborado tampoco. Quien no acepta la condición sexual biológica por disforia de género está condenado al sufrimiento interior y como el “cuerpo social” se corresponde con el orden natural, también será objeto de aislamiento en el mejor de los casos o persecuciones y burlas. De ahí la crucifixión a los desviados.
Llevado a la traducción barrial, se resumiría a la siguiente frase: “Si sos trolo, trava o torta, bancatelá”. Si las personas que sienten amar a alguien del mismo sexo o no se identifican con la genitalidad natural aceptaran su error, evitarían sufrimientos. Y disfrutarían de la homogeneidad heteronormativa natural, serían más felices y vivirían más, qué joder.
Pero para insatisfacción de Márquez, y trayendo a colación el título de su libro “Milei, la revolución que no vieron venir”, sus apreciaciones son anacrónicas; se sostienen en criterios que “no vieron venir” los cambios de integración e inclusión social que se dieron en las últimas décadas.
Insistir en que los homosexuales, lesbianas y trans son “enfermos” que sufren hostigamiento social porque el orden natural reacciona con “miedo” a sus comportamientos “desviados”, huele a naftalina vergonzante y represiva en blanco y negro.
Felizmente, en los últimos años la sociedad evolucionó, hasta entender que la felicidad anida en las personas y no en la condición sexual o género elegido por ellas. La sociedad se cansó de hacer sufrir. Hace mucho no se ríe de los putos, las tortas, los travas, las gordas, los narigones, los patas de tero y los cuatro ojos. Hoy se ríe con ellos y ellas. Eligió el camino del amor y la libertad bien entendida. Sin leprosarios. Sin inquisidores de fuerzas del cielo.
(*) Periodista y profesor de la Facultad de Periodismo de La Plata