La derrota no computada en el control de daños
Sobre la derrota política previsible y la económica esperable, por el impacto fulminante de las nuevas medidas, un análisis de las cuestiones culturales que llevan a muchos a hablar de un cambio de época.
Por Eduardo Capdevila (*)
Cayó una bomba. Pero el edificio aún no se hundió. Se viene el fin de los precios regulados, se desatarán los nudos sobre tarifas de servicios, transporte y combustibles, más la flotación del tipo de cambio con una devaluación inicial de casi el 120 por ciento para progresivamente ir rescatando pasivos monetarios. Sobran pesos y no hay dólares; conclusión, no hay plata. Y la hiperinflación está en la esquina. Los únicos bálsamos serán los récords de exportaciones de energía y de cosechas el año próximo.
Es la última mano del juego nacional. Unos con miedo se aferran a un falso mientras en otra punta los temerarios gritan retruco con un rey y una sota. Duelo del hambre y las ganas de comer, con uno tristes y otros con alegría casi inconsciente.
Cuando todo se caiga, por las leyes de la física y la gravedad actuando libremente, comenzará el control de daños. Se dimensionará la magnitud del triunfo o de la derrota, según el bando desde donde se mire.
Más allá del respaldo o el rechazo a lo que estaba o lo que se viene, los datos son los datos. Implantar progresivamente o a medias el famoso “modelo austríaco” no será fácil. Reducción del Estado, quita de impuestos y reformas laborales y jubilatorias, para dinamizar el emprendedurismo privado como ordenador natural del desarrollo y el progreso. Poco o mucho, lo que se haga de todo eso cambiará la concepción social sobre lo público y viceversa. La cultura desde y hacia el Estado. Una herencia histórica, con orígenes en las primeras décadas del siglo XX.
En un país con nostalgia de los años en que una persona se jubilaba habiendo pasado por uno o dos trabajos, las sucesivas crisis económicas de los últimos años fueron reduciendo al sector privado mientras el Estado se mantuvo medianamente a cubierto de las tormentas.
Con ampliaciones, reconfiguraciones y también ajustes de acuerdo a los proyectos de gestión en sus distintas áreas, el sector público se mantiene como uno de los pocos ámbitos que permite cierta previsibilidad en la vida; y para un modelo económico que se alimenta de la imprevisión y los temores para potenciar el individualismo, el Estado como ámbito de articulación de políticas colectivas es un problema.
En un país con tradición del Estado como ordenador social y productivo, es inasimilable en el corto plazo la academia austriaca; más allá de que se muestren las bondades en otras naciones con culturas totalmente diferentes. Por eso, la teoría declamatoria anticasta empezó a negociar con la política ortodoxa para promover algunas reformas del mentado plan liberal y dejar muchas en el escritorio. Y siempre y cuando desde donde se lo mire, los riesgos o las posibilidades son muchas.
Para los que se van, viene el control de daños. Asimilar el “Demasiado tarde para la lágrimas”, que inmortalizó por años el clásico radial de Alejandro Dolina; o el “Ya no hay tiempo de lamentos”, de “Toxi taxi” de “Los Redonditos de ricota”. Hay que contar los caídos. Reconocer lo perdido. Ampliar el foco sobre el teatro de operaciones sin mentiras. No valen las trampas al solitario. Tal vez se descubran derrotas no computadas o que alteran el orden de la caída.
A veces la foto del final permite analizar una película en retrospectiva o explica el devenir de los sucesos. Las miles de personas que escucharon el discurso de asunción del presidente en las afueras del Congreso, sólo alternaron los aplausos con dos reclamos fervorosos: “Policía, policía” y “motosierra, motosierra”. A cuarenta años de democracia.
Más allá de las discusiones respecto de las facultades de intervención de las fuerzas de seguridad en los delitos y el debate de racionalizar la planta de personal en organismos públicos, las simbologías violentas reivindicadas con fanatismo no dejan de llamar la atención y poner de manifiesto sensaciones de hartazgo colectivo.
A 40 años de democracia, las connotaciones de aplicar la motosierra sobre las personas y ante cualquier reclamo que devenga en delito pedir sin más la policía, llaman por lo menos al análisis de posibles deudas pendientes que el sistema no ha podido saldar y alientan estos reclamos.
En la campaña electoral tendiente a jugar con los supuestos miedos que despertaba Milei, desde Unión por la Patria se buscaba interpelar a los jóvenes y sectores trabajadores más humildes a no arriesgarse a perder más derechos. Cabe preguntarse cuántos de los que reclamaron a viva voz por policías en el Congreso, estaban cansados de vivir sin el derecho a la seguridad en zonas calientes; a una educación pública con cada vez más problemas de calidad; y a las deficiencias de atención en los centros de salud pública. La respuesta a sus sensaciones es que esos problemas no se resuelven anulando el derecho; como tampoco un esguince se cura con una amputación.
La derrota política era previsible. Primero desde la aritmética. La fórmula que salió segunda acordó con la tercera y tenían un 54 por ciento; aunque el acuerdo tuviera una fuga de 7 puntos que se fuera al viejo oficialismo, este último quedaba con 44 y los aliados con 47 y había que pasar la gorra a otras provincias, donde Juntos había ganado en casi todas. El contexto inflacionario, pésimo. Desde la simbología de expectativas sociales, un rechazo creciente a la política convencional se iba a llevar puesto al candidato con más de 30 años en distintos cargos y convalidar un outsider. Y la famosa “campaña de miedo” fue tan exacerbada e invasiva que generó un efecto de parodia que desnaturalizó el propósito.
La derrota económica, también previsible pero difícil de dimensionar, comenzará a percibirse en el corto plazo con el fogonazo post devaluación y sostenible en el mediano plazo con la anticipada “estanflación” de todo el primer año. Las consecuencias en los niveles de pobreza e indigencia serán una catástrofe social, sólo justificada en la necesidad de frenar el mal mayor de la hiperinflación que arrase con todo.
Visto lo político, lo económico productivo y lo social, al control de daños le falta visibilizar el aspecto cultural, que para unos es una derrota y para otros un triunfo. Van algunos botones de muestra. El sector más explotado de la actualidad es el de los repartidores que trabajan para aplicaciones de comida o correo, que rechazan cualquier regulación del Estado o protección con derechos mediante la creación de un gremio. Lo mismo ocurre con los creadores de contenidos, diseñadores u otros sectores con los que se referencia el grupo etario de entre los 16 y los 30. Eso sin tener en cuenta los que viven de changas de la construcción, para quienes el aporte gremial y la pertenencia a bolsas de trabajo son irregulares.
En los sectores más desfavorecidos de la cadena de trabajo ha ido madurando en los últimos años una concepción individualista y desesperada, como respuesta humana a un sistema que no contiene en proyectos colectivos. La visión de rechazo a la intervención del Estado en su trabajo, hasta ahora privativa del emprendedurismo y empresario agropecuario, se fue extendiendo como un gen imperceptible.
En ese escenario, la planificación de contenidos y la gestación de comunidades en redes sociales que penetraban en la individualidad de cada celular, junto a la promoción de figuras emergentes con las que los jóvenes sin expectativas y los no tan jóvenes desencantados se referenciaron.
Así las cosas, sobran quienes arriesgan que el país no atraviesa una época de cambio sino un cambio de época. Por primera vez llegó al gobierno un proyecto político que rechaza el modelo de Estado concebido durante casi un siglo; que anuncia el deseo de romperlo y genera pasiones de apoyo. Una derrota cultural, que ayuda a comprender la política y las otras.
Reiteración de la escena. Decenas de miles de personas gritando en el Congreso por la policía y la motosierra sobre la gente. A 40 años de democracia. No se puede desconocer lo ocurrido ni negar los errores que lo crearon. Se imponen profundas reflexiones para los tiempos que vienen. No más mentiras al solitario.
(*) Periodista y profesor Facultad de Periodismo y Comunicación Social UNLP.