Por Marcos Gava (*).- Los críticos del proyecto lo asemejan a un Plan Marshall chino que permite a Pekín ejercer influencia internacional y construir su liderazgo global. A la vez que marca la agenda, sienta las bases de un nuevo orden mundial. Una década después del anuncio de Xi Jinping, el plan parece haber perdido impulso en medio del nuevo mundo geopolítico salido de la pandemia, el alcance de la (in)sostenibilidad de la deuda y la propia desaceleración económica en China.
Se cumplen en septiembre 10 años de la presentación que hizo Xi Jinping ante la comunidad internacional del proyecto insignia de la diplomacia china: la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, en su acrónimo en inglés). La iniciativa plantea la integración económica y comercial de China con el mundo a través de corredores e infraestructuras terrestres y marítimas en Asia Central, Europa, África y América Latina, la mayoría financiadas por Pekín. El plan es seductor. En la última década, al menos 151 países han firmado memorandos de adhesión, entre ellos 22 latinoamericanos y caribeños.
Pekín encuentra los argumentos a sus políticas actuales en su propia civilización. La Ruta de la Seda, una red de rutas terrestres y marítimas que hace dos mil años se desplegaba por distintas regiones del mundo, sirve de inspiración para «el proyecto del siglo», como es etiquetado por la propaganda del régimen. Ésta añade que su vocación es que «beneficie a toda la humanidad», pero los críticos del proyecto lo asemejan a un Plan Marshall chino que permite a Pekín ejercer influencia internacional y construir su liderazgo global. A la vez que marca la agenda, sienta las bases de un nuevo orden mundial.
En realidad, el esquema del BRI ya existía antes de 2013. China lanzó su estrategia de “salir afuera” al poco de entrar en la Organización Mundial del Comercio, en 2001. Y, por su necesidad de garantizar el suministro de los recursos naturales que debían alimentar la fábrica del mundo y la urbanización del país, sus empresas y bancos estatales iniciaron su internacionalización. De la mano de su capitalismo de Estado, invirtieron en todo tipo de proyectos, construyeron infraestructuras por medio mundo y financiaron a gran escala. Con la crisis financiera de 2008, Pekín se hizo con activos, tecnología y mercados estratégicos antes vedados.
En 2013, este modelo se empaquetó diplomáticamente, se adornó con eslóganes y se le dio un nombre atractivo. Por entonces América Latina se había beneficiado de la demanda china y del precio de las materias primas, los flujos comerciales crecían exponencialmente y recibía financiación infinita en medio de las reticencias de las entidades occidentales. Ecuador, Argentina, Venezuela y otros países se echaron en brazos de China. No sólo por ser ésta una fuente (casi) inagotable de préstamos, sino por afinidad política e ideológica, incluida la pulsión antiestadounidense. Muchos de aquellos gobiernos se unieron así al BRI.
El gobierno chino anunció en 2019 que más de 3.100 proyectos de conectividad se habían llevado a cabo dentro del ámbito del BRI. Sin embargo, es difícil saber cuántos de ellos ya existían con anterioridad o cuántos se habrían ejecutado igualmente sin el BRI. En cualquier caso, una década después del anuncio de Xi Jinping, el plan parece haber perdido impulso en medio del nuevo mundo geopolítico salido de la pandemia, el alcance de la (in)sostenibilidad de la deuda y la propia desaceleración económica en China. Ya no parece que todos los caminos conduzcan a Pekín.
Con semejante escenario, se abren alternativas acaso menos ambiciosas que el BRI. Una es la apuesta por la «doble circulación», en la que China busca reducir su dependencia del comercio exterior y, a la vez, reforzar su economía doméstica. Asimismo, renueva sus esfuerzos en el sudeste asiático, donde tiene influencia histórica, y en los países que conforman la Organización de Cooperación de Shanghai, ubicados en su periferia. Aunque el desarrollo y la prosperidad de China son muy dependientes del resto del mundo, y el aislamiento no es en absoluto una opción, América Latina podría perder –por estas razones– parte de su atractivo.
La desglobalización selectiva, incluida la deslocalización de empresas antes instaladas en China hacia destinos más fiables, obliga a todos los jugadores a reajustar sus fichas en el tablero. Pero, incluso si el BRI pierde pegada económicamente, seguirá siendo políticamente importante para Pekín en tanto que su pretensión es consolidar su rol como potencia emergente y, acaso más adelante, hegemónica. Para ese propósito, el BRI convivirá, y se complementará, con las otras iniciativas de seguridad y desarrollo globales impulsadas por Xi Jinping, cuyo telón de fondo es el «destino común para la humanidad» que propugna el presidente chino.
Según los críticos, este eslogan encierra una pretensión perversa: un orden internacional basado en una unidad de naciones económicamente dependientes de China y, por tanto, subordinadas a ésta. Además de su vertiente económica, la acción del BRI se ha preocupado de reforzar la idea de China como alternativa de poder, abogando por el multilateralismo y buscando posicionarse como el principal aliado para desarrollar el Sur Global, muchas veces como contrapeso a los intereses de Estados Unidos. Detrás de todo ello, la voluntad de Xi Jinping es atraer al Sur Global a su órbita e influir en un orden mundial para hacerlo más seguro para sus intereses.
(*) Director de la productora musical y sello discográfico “El Dojo Records”, músico y productor, manager de artistas. Licenciado en Periodismo (USAL), Máster en Comunicación Internacional (Chengchi University, Taiwán). Asesor en Asuntos Asiáticos (Asiamerica).
Nota de opinión publicada en CADAL el 22 de septiembre de 2023