Su imagen de rulos rebeldes y canosos le daban un aspecto de científico loco; y su verborragia consolidaban un aire único, como su talento, que inspirado en chatarra de galpones hizo obras que trascendieron la frontera hasta lograr el reconocimiento en salones internacionales, castillos europeos y hasta ser compradas por artistas de Hollywood.
Hasta los 76 años, cuando se despidió físicamente, Regazzoni tuvo su atelier en un galpón gigante cerca de la Estación de Retiro.
Nacido en 1943 en Comodoro Rivadavia, saltó a la fama consagratoria en 1992 tras el fil “El Hábitat del Gato Viejo”, que retrataba su excéntrica vida y talento, al punto que un año después fue invitado a vivir en el castillo de Fontaine Française.
Con el bagaje europeo pero su capacidad para descubrir arte en la hojalata industrial que el hombre dejaba a su paso, siempre montaba obras con desechos industriales, como cadenas, válvulas, tambores y trépanos y reciclaba objetos, sus fines no sólo eran estéticos sino también ecológicos y sociales, con el sentido final de criticar el sistema y fomentaba la recuperación de materiales reutilizables.
Vestido de mameluco y con aspecto poco higiénico, no tenía empacho en decir que vendía sus obras a jeques árabes, millonarios de Hollywood y estrellas del pop como Madonna.
El artista que se bautizó como “un prepotente de la cultura” under, deja una obra que se exhibe en parques porteños, salones de Europa y casas de famosos de todo el mundo.